Los cuerpos (y
las mentes)
Llega el
verano, y supuestamente llega
el calor. Tarde o temprano acabará por llegar, y con él, ese momento tan
traumático que paso cada año, quitarme la ropa de invierno.
El cuerpo… Ese recipiente que nos toca en suerte, y que la
mayoría de los mortales querríamos, de uno u otro modo, modificar. Esa carta de
presentación tan injusta que nos vemos obligados a cuidar y mimar porque es y
será nuestro compañero inseparable en el viaje que supone la vida.
Los
cuerpos se escapan a nuestra elección, vienen dados por factores genéticos, y
aunque es cierto que podemos cambiarlo, hay cosas de él que son totalmente
ajenas a nuestra voluntad.
Nuestra
sociedad nos dice como son los bonitos, pero no nos dice que los que no son
bonitos, son igual de útiles. No nos enseña a apreciar el cuerpo como lo que
es, un recipiente de las almas. Nos enseñan a desvirtuar el contenido y a
valorar el contenedor.
Mi
lucha diaria contra mi cuerpo me ha enseñado que todos, todos, tenemos uno, que
todos ellos son en mayor o menor medida iguales, que todos ellos cumplen de una
u otra manera su objetivo en la vida. He decidido no avergonzarme más del
recipiente, aunque siga pensando que no me gustaría encontrarme con mucha gente
en la playa… que quisiera una sola para mi y los míos. Voy a luchar por disfrutar de mi cuerpo,
porque sin él mi alma no podría expresarse de múltiples maneras. No me voy a
juzgar más, solo me voy a querer como soy.
Este
invierno descubrí que mi cuerpo puede hacer cosas que pensaba que nunca lograría hacer. Me di
cuenta de que quizá, durante muchos años
mi peor enemiga fui yo misma. Voy a explotar este cuerpo que mis padres me dieron
para poder enriquecerme, disfrutar, compartir, vivir en armonía con la naturaleza,
desestresarme, estresarme (por que no!!) enfadarme, reconciliarme, divertirme,
caerme y levantarme…
Porque
todo ello es la vida, y sin un cuerpo que te acompañe, no puedes hacer el
camino.